Pese a algunos peses (como la distribución escasa o el anodino lomo gris y sin mención de título ni autor), cada año me sorprende lo mismo: siguen vendiéndose ejemplares —pocos, pero constantes— de La vieja Iguazú. Esta narración en verso —el primer libro que publiqué, gracias al premio Luna de Aire— tuvo su eco, como que lo reseñara el SOL.
Pero sobre todo, me ha reportado muchas alegrías con lectores que lo han acogido con entusiasmo. Lectoras, casi siempre, ¿quizá por la especial vinculación de las madres con sus hijos y, también, sus propias madres? Me ha reportado muchas anécdotas bonitas, alguna incluso sorprendida por azar (como una bibliotecaria que además de comprarlo para el centro, guardaba una edición propia en su cajón).
Otra anécdota: por alguna vía extraña, quizá a través del America Reads Spanish, el libro ha llegado a bibliotecas estadounidenses y, de ahí, a una previsualización parcial en Google Books. De aquí tomo la imagen de más abajo, de lo que me sigue pareciendo una buena gastronomía de vida; iba diciendo el cuento: «… A las palomas, / pan seco. / A los gatos, / pan con leche. / A los perros, / quitarles las garrapatas. / ¿Y a los niños? / ¿Y al barrendero? / ¿Y a mí? / ¡Ay, cuántas cosas, la vieja, / cuántas cosas, Iguazú! / A los niños…»